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منتديات فور يو القسم الرئيسي food and agriculture news Enviado especial a un pa?s llamado Gabriel Garc?a M?rquez
الريــم Senior Member

Iba con una de aquellas chaquetas jaspeadas que usaba para ahuyentar a las c?maras, pues esas virutas salteadas que adornaban la tela daban luego fatal en las fotograf?as, de modo que se pod?a quedar tranquilo: en el avi?n que lo llevaba esa noche a Estocolmo no le har?an retratos, y menos de cuerpo entero. As? que estaba, so?oliento, leyendo un peri?dico chico, pues le cab?a en una mano, junto a su mujer, que miraba sin sa?a, pero con prevenci?n, al periodista que se acercaba con la mano abierta para saludar al que d?as m?s tarde iba a recibir el premio Nobel de Literatura. ?l era uno de los premios m?s j?venes (55 a?os) que se reclinar?an ante su majestad Carlos Gustavo cuando éste le entregara la certificaci?n de que su obra, y sobre todo Cien a?os de soledad, hab?a sido aceptada y premiada por el jurado literario m?s exigente del mundo.

Ese periodista que se le acercaba con la mano abierta era quien ahora firma esta cr?nica conmemorativa, que hab?a embarcado como enviado especial a Estocolmo por el diario El Pa?s, en el que desde hac?a a?os colaboraba el escritor m?s importante de la lengua espa?ola de ese momento y hasta siempre, al menos en el siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI. Con esa misma chaqueta jaspeada vendr?a m?s tarde al peri?dico, a enterarse con sus directivos acerca de lo que hab?a que hacer para montar él mismo un diario. Se llamar?a Uno, y a él, que era amante de jugar lo justo con las palabras, le dio por imitarse a s? mismo como posible comprador de su propio peri?dico, haciendo que iba a un quiosco diciendo “me da Uno, por favor”. Ser?a, dec?a, la primera vez que un peri?dico se llamaba como un n?mero.

Con ese recuerdo, pues, el periodista le tend?a la mano. Los nervios que precedieron a ese apret?n jugaron una mala pasada, pues como me suced?a el revés con su colega, antes amigo y en ese momento seres irreconciliables, Mario Vargas Llosa, o con su a?n m?s distante colega cubano Guillermo Cabrera Infante, a todos les cambiaba el nombre en el momento m?s inoportuno. ?l sonr?o pues cuando, al avanzar ambos la mano, yo le dije: "?C?mo est?s, Guillermo?” ?l iba solo, con Mercedes, su mujer desde j?venes, la que le regal? paciencia para que él escribiera, en plena pobreza, su obra maestra, y los dos hac?an el mismo trayecto para encontrarse en la capital sueca con un ejército de voces y de caras y de andares colombianos que iban a convertir Estocolmo en la fiesta colorida, y musical, m?s grande y alegre de la historia de la literatura colombiana.

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