الريــم
10-15-2022, 09:25 AM
Hacia 1945, dos insignes argentinos enamorados de la literatura polic?aca brit?nica fundaron la colecci?n Selecciones del Séptimo C?rculo. Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, al frente del proyecto, eran dos grandes capaces de sostener sin despeinarse a Kafka con una mano y con la otra, una entretenida trama de suspense, donde el asesinato se plantea como un enigma, un acertijo a resolver. Borges lo explicaba as?: “estas ficciones policiales requieren una construcci?n severa. Todo en ellas debe profetizar el desenlace; pero esas m?ltiples y continuas profec?as tienen que ser, como las de los antiguos or?culos, secretas; s?lo deben comprenderse a la luz de la revelaci?n final”.
En la colecci?n del Séptimo C?rculo, bautizada as? porque en esa zona del infierno situ? Dante a los violentos en su ‘Comedia’, se dieron cita autores como Nicholas Blake (seud?nimo bajo el que se escond?a Cecil Day-Lewis, poeta laureado y padre del actor Daniel Day-Lewis), John Dickson Carr, Michael Innes, Eden Phillpotts o John Franklin Bardin, nombres poco conocidos para el lector de novela negra actual, que esconden horas de placentera e inteligente lectura. Uno de ellos es Richard Hull y merece la pena detenerse en él. Fue n?mero 10 de la colecci?n con ‘Mi propio asesino’, que ahora sirve Alba en cuidada traducci?n de Leonor Saro. Fue autor de mucho éxito en los a?os anteriores a la Segunda Guerra Mundial y acab? siendo asistente de Agatha Christie cuando esta presidi? el Detection Club, en los tiempos menos creativos de esta asociaci?n que hab?a velado a?os por la pureza de las reglas de la novela-enigma, especialmente, la prohibici?n del viejo truco que invita a sacarse de la manga al final pruebas a las que el lector no ha tenido acceso.
‘Mi propio asesino’ fue publicada en 1940 y muestra justamente c?mo esas reglas de pureza se hab?an roto saludablemente. Para empezar, es lo que se llama un enigma a la inversa, es decir aquel que no te revela al asesino al final sino que acompa?a a los actos delictivos mientras contemplamos c?mo se las ingenia para eludir una y otra vez la justicia. Vamos, que el Ripley de Patricia Highsmith no est? muy lejos.
As? conocemos al abogado y narrador protagonista, Richard Sampson –que curiosamente es el verdadero nombre de Hull, quien firmaba con seud?nimo-, que una noche recibe a uno de sus clientes, un tipo atractivo y poco digno de confianza, quien le pide ayuda porque acaba de matar, involuntariamente, a un criado que pretend?a chantajearle. Lo m?s significativo es c?mo Hull resuelve esta situaci?n de partida: al narrador no se le ocurre ni un por un momento llamar a la polic?a, sino que urde una trama, no “por mera bondad” c?mo se encarga de explicar al principio y sin reconocer muy bien, para pasmo del lector, por qué act?a de ese modo, retorciendo las situaciones hasta llegar a las resoluciones m?s absurdas o las m?s inquietantes. El aceite que engrasa la trama, lo mejor de este libro, es el tono ir?nico con el que Sampson enfrenta al lector con las situaciones m?s tremendas, as? se ve acept?ndolas con una sonrisa en los labios hasta que cae en la cuenta de la gravedad del asunto. Humor inglés, lo llaman.
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/cultura/propio-asesino-richard-hull-acompanando-77277456)
En la colecci?n del Séptimo C?rculo, bautizada as? porque en esa zona del infierno situ? Dante a los violentos en su ‘Comedia’, se dieron cita autores como Nicholas Blake (seud?nimo bajo el que se escond?a Cecil Day-Lewis, poeta laureado y padre del actor Daniel Day-Lewis), John Dickson Carr, Michael Innes, Eden Phillpotts o John Franklin Bardin, nombres poco conocidos para el lector de novela negra actual, que esconden horas de placentera e inteligente lectura. Uno de ellos es Richard Hull y merece la pena detenerse en él. Fue n?mero 10 de la colecci?n con ‘Mi propio asesino’, que ahora sirve Alba en cuidada traducci?n de Leonor Saro. Fue autor de mucho éxito en los a?os anteriores a la Segunda Guerra Mundial y acab? siendo asistente de Agatha Christie cuando esta presidi? el Detection Club, en los tiempos menos creativos de esta asociaci?n que hab?a velado a?os por la pureza de las reglas de la novela-enigma, especialmente, la prohibici?n del viejo truco que invita a sacarse de la manga al final pruebas a las que el lector no ha tenido acceso.
‘Mi propio asesino’ fue publicada en 1940 y muestra justamente c?mo esas reglas de pureza se hab?an roto saludablemente. Para empezar, es lo que se llama un enigma a la inversa, es decir aquel que no te revela al asesino al final sino que acompa?a a los actos delictivos mientras contemplamos c?mo se las ingenia para eludir una y otra vez la justicia. Vamos, que el Ripley de Patricia Highsmith no est? muy lejos.
As? conocemos al abogado y narrador protagonista, Richard Sampson –que curiosamente es el verdadero nombre de Hull, quien firmaba con seud?nimo-, que una noche recibe a uno de sus clientes, un tipo atractivo y poco digno de confianza, quien le pide ayuda porque acaba de matar, involuntariamente, a un criado que pretend?a chantajearle. Lo m?s significativo es c?mo Hull resuelve esta situaci?n de partida: al narrador no se le ocurre ni un por un momento llamar a la polic?a, sino que urde una trama, no “por mera bondad” c?mo se encarga de explicar al principio y sin reconocer muy bien, para pasmo del lector, por qué act?a de ese modo, retorciendo las situaciones hasta llegar a las resoluciones m?s absurdas o las m?s inquietantes. El aceite que engrasa la trama, lo mejor de este libro, es el tono ir?nico con el que Sampson enfrenta al lector con las situaciones m?s tremendas, as? se ve acept?ndolas con una sonrisa en los labios hasta que cae en la cuenta de la gravedad del asunto. Humor inglés, lo llaman.
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