الريــم
09-26-2022, 12:52 AM
Nani habla muy bajito. Est? en la peque?a habitaci?n que ocupa en la casa donde trabaja como interna y no quiere que “los se?ores” escuchen lo que dice. Por eso ha escogido un nombre ficticio para contar su historia. Hondure?a, aterriz? en Espa?a el pasado oto?o y acab? en esta vivienda, recién llegada, porque fue el ?nico empleo que encontr?. Cobra 900 euros al mes, 100 euros por debajo del salario m?nimo, no tiene contrato, tampoco papeles, y su jornada es en realidad dos: de siete de la ma?ana hasta las diez u once de la noche, unas 15 o 16 horas, con un “peque?o descanso” a las cuatro de la tarde.
“No he tenido vacaciones desde que empecé –explica por teléfono con un hilo de voz-. Las ped? y me dijeron que hasta que no cumpliera un a?o en la casa, no me las iban a dar. Lo cumplo el mes que viene, pero no lo tengo nada claro. A?n no me han dicho nada. El matrimonio para el que trabajo es como bipolar. A veces me tratan bien y a veces mal. Sobre todo, con los alimentos. No les gusta que toque nada sin permiso. Pero yo también vivo aqu?. Una vez, hab?a much?sima comida en la nevera. Yo solo agarré un poquito, y no pensé que lo fuesen a notar, pero se dieron cuenta. Me gritaron, me insultaron. Aqu? todos los alimentos est?n contados. Hasta la fruta”.
Hay historias mucho m?s duras. Un sondeo con una docena de trabajadoras del hogar internas o que han pasado por este mismo régimen laboral revela algunas buenas experiencias, pero sobre todo una realidad oculta, donde todo ocurre de puertas para dentro. La explotaci?n laboral de estas mujeres, muchas de ellas en situaci?n irregular, suele campar a sus anchas. No hay tareas definidas ni horarios, as? que formarse para cambiar de trabajo resulta imposible. Los contratos escasean. El racismo y el machismo est?n a la vuelta de la esquina. Los episodios de violencia por parte de los empleadores son habituales. Y las internas, inmersas en complejas y a menudo desagradables din?micas familiares, no tienen apenas opciones. Se ven forzadas a aceptarlo, porque ese es el ?nico trabajo al que pueden optar.
Las amenazas
Est? Lizzy Mej?a (nombre ficticio), por ejemplo, una mujer hondure?a que ha pasado por dos casas desde que lleg? a Madrid en 2018. En la primera, el se?or mayor al que atend?a le tiraba la comida al suelo y le ped?a que se vistiera “ense?ando m?s”. En la segunda, donde todav?a trabaja, el padre de los ni?os que cuida le ha llegado a agredir. O Beatriz Flores (tampoco es su nombre real), boliviana, que después de cuatro a?os reclamando estar dada de alta en la Seguridad Social lo acab? consiguiendo, pero con la condici?n de que ella misma se pagara las cuotas.
O Janice Rodrigues, brasile?a, que ha dejado este régimen (ahora limpia comunidades) y no le importa aparecer con su verdadera identidad. Cuenta que estuvo en una casa donde la “se?ora”, ya mayor, viv?a y dorm?a con siete perros peque?os que defecaban cada noche en la cama. Los s?bados le ped?an que trabajara, aunque en teor?a era su d?a libre, y cuando reclam? que se los pagaran aparte le tiraron el dinero “a la cara”. O Constanza Cisneros, de Ecuador, quien también abandon? recientemente este trabajo. En una de las casas, su empleadora se dedicaba a martirizarla con frases racistas.
“Era una se?ora terrible –explica Cisneros-. No ten?a ning?n filtro. Me dec?a que los latinoamericanos viv?amos todav?a en la selva, que éramos como animales. Una ma?ana, nada m?s llegar, me dijo: ‘Seguro que te ha gustado dormir con s?banas, porque en tu pa?s no tienes’. Ella viv?a con dos hijos mayores, de 40 y 45 a?os, que se maltrataban entre s?. Y yo no ten?a horario. Trabajaba de siete de la ma?ana a once de la noche, pero dorm?a en la habitaci?n de enfrente de la se?ora, que me llamaba varias veces cada noche: ped?a agua, ten?a que ir al ba?o, ese tipo de cosas. As? que no pod?a descansar. Me fui porque me amenaz? con una cuchara de madera. Ella se pon?a a veces muy nerviosa. Llevaba la cuchara en la mano y al mismo tiempo la estaba buscando. Cuando le dije que la ten?a ella, se enfad? y quiso pegarme”. Cobraba 600 euros al mes, sin pagas extra.
“Pueden pedirte cualquier cosa a cualquier hora del d?a –contin?a-. Como externa, la frontera est? m?s marcada. Pero entre las internas hay mucha sumisi?n y miedo. Todav?a hay casas donde les quitan el pasaporte. Hay algo muy contradictorio en todo esto. Por un lado, nos dan toda su confianza, nos dejan a sus hijos y sus mayores para que los cuidemos. Por otro lado, nos tratan como a un perro. Y as? nos vamos dejando la vida. Porque si no tienes papeles, buscas en este trabajo cierto refugio, para no salir mucho a la calle y que la Polic?a no te los pida. Pero acaba siendo como un presidio. A m? el confinamiento, por ejemplo, no me afect?. Para nada. Ya estaba acostumbrada a vivir encerrada”.
Los avances
Es domingo y Cisneros cuenta todo esto en el amplio patio de un edificio antiguo en el barrio madrile?o de La Latina, a pocos metros del bullicio del Rastro. Del piso de arriba llegan aplausos, v?tores. Son sus compa?eras de Territorio Doméstico (https://www.facebook.com/territoriodomestico/), una asociaci?n de empleadas del hogar. Se han reunido para asistir a un taller sobre redes sociales organizado por ellas mismas y celebran el reciente paso dado por el Gobierno, producto de una lucha de décadas.
El pasado 6 de septiembre, tras dos varapalos de la justicia europea, el Consejo de Ministros aprob? un decreto ley que reconoc?a por vez primera el derecho de estas trabajadoras a cobrar el subsidio de desempleo y también limitaba su despido. El colectivo aplaudi? la nueva norma, que pon?a fin a un régimen discriminatorio, pero al mismo tiempo dej? claro que todav?a quedaba mucho por hacer. Una parte importante del gremio no se beneficiar? de estas medidas.
Espa?a es con Italia el pa?s de la UE con mayor n?mero de empleadas del hogar. Seg?n los datos de agosto de afiliaci?n a la Seguridad Social, son 373.121. Pero la ?ltima Encuesta de Poblaci?n Activa va mucho m?s all?, elevando la cifra a 547.700, la inmensa mayor?a mujeres: 487.500. Es decir, el 32% de estas trabajadoras no est? dado de alta.
La pandemia ha profundizado en esta realidad. Los problemas en las residencias de mayores que trajo consigo el coronavirus han provocado que se dispare la demanda de cuidadoras. Sobre todo, internas. “Ahora hay m?s demanda de este tipo de empleo. Y a menor precio, porque la crisis nos ha golpeado a todos. También te piden jornadas m?s largas, con menos descansos”, explica Carolina El?as, presidenta de la asociaci?n Servicio Doméstico Activo (SEDOAC) (https://sedoac.org/). Un informe publicado el a?o pasado por Oxfam Interm?n concluy? que el 32% de las trabajadoras del hogar vive bajo el umbral de la pobreza (https://www.oxfamintermon.org/es/nota-de-prensa/un-tercio-trabajadoras-hogar-vive-bajo-umbral-pobreza), frente al 12% del conjunto de asalariados.
“Ponte guapa, que no ense?as nada”
Lizzy Mej?a comenz? cobrando 700 euros al mes en 2018. “Cuidaba a un se?or y limpiaba la casa –explica-. Libraba el viernes a la una y entraba los s?bados a las seis. Fue horrible. Cuando no le gustaba la comida, me la tiraba al suelo. Un d?a se estrope? la plancha. Yo no ten?a ninguna culpa, pero el se?or me insult? y después me lo descont? del sueldo. A veces me dec?a que no le gustaba c?mo vest?a. ‘Ponte guapa, que no ense?as nada’, me ped?a. Yo estaba muy mal. Cuando libraba, no paraba de llorar. No llamaba a mi mam? en Honduras porque sab?a que no le iba a mentir. No quer?a que lo supiera. Pero al final ella me dijo que no ten?a ninguna excusa, as? que la llamé y se lo cont?. Ella me apoy? para que me fuera”.
La segunda experiencia, en la que todav?a sigue inmersa, tampoco ha ido mucho mejor. Trabaja para una pareja con tres hijos. Cobra m?s, 950 euros mensuales, pero contin?a sin contrato, trabajando de 7.30 de la ma?ana a 10 de la noche, y ha tenido que soportar los cambios de humor de él, incluso una agresi?n que le dej? marcas en el cuerpo. “Cuando él est? en casa, estoy en tensi?n. Pienso que va a volver a ocurrir”, dice.
Mej?a llevaba mucho tiempo queriendo dejarlo, y si no lo hac?a era por otra constante en este tipo de trabajos: el apego que le acaban teniendo a las personas que cuidan. “Veo que el peque?o me necesita, es todav?a muy dependiente. Y en parte lo he criado yo. Se me hace un nudo en la garganta cuando pienso que voy a despedirme”, se?ala. Lo mismo le ocurri? a Beatriz Flores, la mujer boliviana que después de cuatro a?os logr? que le dieran de alta en la Seguridad Social, solo que pagando ellas sus cuotas. “En ese momento decid? que lo dejaba. Pero me dio pena la se?ora, porque se qued? cieguita y no ten?a hijos”, cuenta. Tard? otros cuatro a?os en marcharse.
Ahora Mej?a ha dicho basta. El mes que viene dejar? de trabajar para su agresor. Ha encontrado un nuevo empleo, también de interna. “No me ha salido otra cosa”, dice. Conf?a en que esta vez le vaya mejor.
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/sociedad/internas-dicen-basta-cuidamos-hijos-75891806)
“No he tenido vacaciones desde que empecé –explica por teléfono con un hilo de voz-. Las ped? y me dijeron que hasta que no cumpliera un a?o en la casa, no me las iban a dar. Lo cumplo el mes que viene, pero no lo tengo nada claro. A?n no me han dicho nada. El matrimonio para el que trabajo es como bipolar. A veces me tratan bien y a veces mal. Sobre todo, con los alimentos. No les gusta que toque nada sin permiso. Pero yo también vivo aqu?. Una vez, hab?a much?sima comida en la nevera. Yo solo agarré un poquito, y no pensé que lo fuesen a notar, pero se dieron cuenta. Me gritaron, me insultaron. Aqu? todos los alimentos est?n contados. Hasta la fruta”.
Hay historias mucho m?s duras. Un sondeo con una docena de trabajadoras del hogar internas o que han pasado por este mismo régimen laboral revela algunas buenas experiencias, pero sobre todo una realidad oculta, donde todo ocurre de puertas para dentro. La explotaci?n laboral de estas mujeres, muchas de ellas en situaci?n irregular, suele campar a sus anchas. No hay tareas definidas ni horarios, as? que formarse para cambiar de trabajo resulta imposible. Los contratos escasean. El racismo y el machismo est?n a la vuelta de la esquina. Los episodios de violencia por parte de los empleadores son habituales. Y las internas, inmersas en complejas y a menudo desagradables din?micas familiares, no tienen apenas opciones. Se ven forzadas a aceptarlo, porque ese es el ?nico trabajo al que pueden optar.
Las amenazas
Est? Lizzy Mej?a (nombre ficticio), por ejemplo, una mujer hondure?a que ha pasado por dos casas desde que lleg? a Madrid en 2018. En la primera, el se?or mayor al que atend?a le tiraba la comida al suelo y le ped?a que se vistiera “ense?ando m?s”. En la segunda, donde todav?a trabaja, el padre de los ni?os que cuida le ha llegado a agredir. O Beatriz Flores (tampoco es su nombre real), boliviana, que después de cuatro a?os reclamando estar dada de alta en la Seguridad Social lo acab? consiguiendo, pero con la condici?n de que ella misma se pagara las cuotas.
O Janice Rodrigues, brasile?a, que ha dejado este régimen (ahora limpia comunidades) y no le importa aparecer con su verdadera identidad. Cuenta que estuvo en una casa donde la “se?ora”, ya mayor, viv?a y dorm?a con siete perros peque?os que defecaban cada noche en la cama. Los s?bados le ped?an que trabajara, aunque en teor?a era su d?a libre, y cuando reclam? que se los pagaran aparte le tiraron el dinero “a la cara”. O Constanza Cisneros, de Ecuador, quien también abandon? recientemente este trabajo. En una de las casas, su empleadora se dedicaba a martirizarla con frases racistas.
“Era una se?ora terrible –explica Cisneros-. No ten?a ning?n filtro. Me dec?a que los latinoamericanos viv?amos todav?a en la selva, que éramos como animales. Una ma?ana, nada m?s llegar, me dijo: ‘Seguro que te ha gustado dormir con s?banas, porque en tu pa?s no tienes’. Ella viv?a con dos hijos mayores, de 40 y 45 a?os, que se maltrataban entre s?. Y yo no ten?a horario. Trabajaba de siete de la ma?ana a once de la noche, pero dorm?a en la habitaci?n de enfrente de la se?ora, que me llamaba varias veces cada noche: ped?a agua, ten?a que ir al ba?o, ese tipo de cosas. As? que no pod?a descansar. Me fui porque me amenaz? con una cuchara de madera. Ella se pon?a a veces muy nerviosa. Llevaba la cuchara en la mano y al mismo tiempo la estaba buscando. Cuando le dije que la ten?a ella, se enfad? y quiso pegarme”. Cobraba 600 euros al mes, sin pagas extra.
“Pueden pedirte cualquier cosa a cualquier hora del d?a –contin?a-. Como externa, la frontera est? m?s marcada. Pero entre las internas hay mucha sumisi?n y miedo. Todav?a hay casas donde les quitan el pasaporte. Hay algo muy contradictorio en todo esto. Por un lado, nos dan toda su confianza, nos dejan a sus hijos y sus mayores para que los cuidemos. Por otro lado, nos tratan como a un perro. Y as? nos vamos dejando la vida. Porque si no tienes papeles, buscas en este trabajo cierto refugio, para no salir mucho a la calle y que la Polic?a no te los pida. Pero acaba siendo como un presidio. A m? el confinamiento, por ejemplo, no me afect?. Para nada. Ya estaba acostumbrada a vivir encerrada”.
Los avances
Es domingo y Cisneros cuenta todo esto en el amplio patio de un edificio antiguo en el barrio madrile?o de La Latina, a pocos metros del bullicio del Rastro. Del piso de arriba llegan aplausos, v?tores. Son sus compa?eras de Territorio Doméstico (https://www.facebook.com/territoriodomestico/), una asociaci?n de empleadas del hogar. Se han reunido para asistir a un taller sobre redes sociales organizado por ellas mismas y celebran el reciente paso dado por el Gobierno, producto de una lucha de décadas.
El pasado 6 de septiembre, tras dos varapalos de la justicia europea, el Consejo de Ministros aprob? un decreto ley que reconoc?a por vez primera el derecho de estas trabajadoras a cobrar el subsidio de desempleo y también limitaba su despido. El colectivo aplaudi? la nueva norma, que pon?a fin a un régimen discriminatorio, pero al mismo tiempo dej? claro que todav?a quedaba mucho por hacer. Una parte importante del gremio no se beneficiar? de estas medidas.
Espa?a es con Italia el pa?s de la UE con mayor n?mero de empleadas del hogar. Seg?n los datos de agosto de afiliaci?n a la Seguridad Social, son 373.121. Pero la ?ltima Encuesta de Poblaci?n Activa va mucho m?s all?, elevando la cifra a 547.700, la inmensa mayor?a mujeres: 487.500. Es decir, el 32% de estas trabajadoras no est? dado de alta.
La pandemia ha profundizado en esta realidad. Los problemas en las residencias de mayores que trajo consigo el coronavirus han provocado que se dispare la demanda de cuidadoras. Sobre todo, internas. “Ahora hay m?s demanda de este tipo de empleo. Y a menor precio, porque la crisis nos ha golpeado a todos. También te piden jornadas m?s largas, con menos descansos”, explica Carolina El?as, presidenta de la asociaci?n Servicio Doméstico Activo (SEDOAC) (https://sedoac.org/). Un informe publicado el a?o pasado por Oxfam Interm?n concluy? que el 32% de las trabajadoras del hogar vive bajo el umbral de la pobreza (https://www.oxfamintermon.org/es/nota-de-prensa/un-tercio-trabajadoras-hogar-vive-bajo-umbral-pobreza), frente al 12% del conjunto de asalariados.
“Ponte guapa, que no ense?as nada”
Lizzy Mej?a comenz? cobrando 700 euros al mes en 2018. “Cuidaba a un se?or y limpiaba la casa –explica-. Libraba el viernes a la una y entraba los s?bados a las seis. Fue horrible. Cuando no le gustaba la comida, me la tiraba al suelo. Un d?a se estrope? la plancha. Yo no ten?a ninguna culpa, pero el se?or me insult? y después me lo descont? del sueldo. A veces me dec?a que no le gustaba c?mo vest?a. ‘Ponte guapa, que no ense?as nada’, me ped?a. Yo estaba muy mal. Cuando libraba, no paraba de llorar. No llamaba a mi mam? en Honduras porque sab?a que no le iba a mentir. No quer?a que lo supiera. Pero al final ella me dijo que no ten?a ninguna excusa, as? que la llamé y se lo cont?. Ella me apoy? para que me fuera”.
La segunda experiencia, en la que todav?a sigue inmersa, tampoco ha ido mucho mejor. Trabaja para una pareja con tres hijos. Cobra m?s, 950 euros mensuales, pero contin?a sin contrato, trabajando de 7.30 de la ma?ana a 10 de la noche, y ha tenido que soportar los cambios de humor de él, incluso una agresi?n que le dej? marcas en el cuerpo. “Cuando él est? en casa, estoy en tensi?n. Pienso que va a volver a ocurrir”, dice.
Mej?a llevaba mucho tiempo queriendo dejarlo, y si no lo hac?a era por otra constante en este tipo de trabajos: el apego que le acaban teniendo a las personas que cuidan. “Veo que el peque?o me necesita, es todav?a muy dependiente. Y en parte lo he criado yo. Se me hace un nudo en la garganta cuando pienso que voy a despedirme”, se?ala. Lo mismo le ocurri? a Beatriz Flores, la mujer boliviana que después de cuatro a?os logr? que le dieran de alta en la Seguridad Social, solo que pagando ellas sus cuotas. “En ese momento decid? que lo dejaba. Pero me dio pena la se?ora, porque se qued? cieguita y no ten?a hijos”, cuenta. Tard? otros cuatro a?os en marcharse.
Ahora Mej?a ha dicho basta. El mes que viene dejar? de trabajar para su agresor. Ha encontrado un nuevo empleo, también de interna. “No me ha salido otra cosa”, dice. Conf?a en que esta vez le vaya mejor.
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/sociedad/internas-dicen-basta-cuidamos-hijos-75891806)