الريــم
09-04-2022, 03:30 PM
Cuando la pandemia empezaba a agotarse de s? misma, Juan Eduardo Buenavides, escritor peruano que arraig? en Tenerife y luego se fue a vivir a Madrid, escribiendo novelas e impartiendo clases sobre c?mo hacerlas, quiso agasajar a Alfredo Bryce Echenique, que estaba por la ciudad. Entonces avis? a unos amigos que son comunes y aquellos que fuimos convocados fuimos llegando con la puntualidad de sus respectivos pa?ses, uno con la puntualidad chilena, otro con la puntualidad igualmente peruana, y as? sucesivamente.
Fui el primero en llegar, pero no sub? a la casa porque bajo la llovizna del tiempo indeciso, me parece que estaba empezando el oto?o de 2021, me son? en el m?vil una llamada que en seguida tomé, pues era de Joan Ollé, un amigo de hac?a mucho tiempo, con el cual colaboré para que él llevara a escena La verdad de las mentiras, uno de los grandes exponentes de Mario Vargas Llosa como ensayista. Sobre Joan, acusado por quienes fueron alumnas suyas de haber cometido abusos sexuales en la escuela teatral que dirig?a en Barcelona, pesaba una ya larga y terrible sospecha que al fin se iba aclarando. Aunque no del todo, aunque segu?an resquicios de car?cter judicial, que son a?n m?s livianos que las sospechas que la sociedad alimenta, Joan estaba ciertamente m?s liberado en esa comunicaci?n que se produc?a, en mi caso, bajo la lluvia.
Tan aliviado estaba, tan esperanzado en el futuro que se abr?a ante él, un hombre de 65 a?os, un gran profesor del teatro, un dramaturgo de primera divisi?n, que ya andaba con nuevos proyectos a la espera de que otros m?s grandes vinieran cuando detr?s de aquello que le hab?a pasado viniera para él un deseado alivio. ?l quer?a, me dijo, juntar a escritores y periodistas que discutieran sobre lo que sab?an ante estudiantes o profesionales que se concentraran semanalmente o en la red o en persona. Quer?a mi concurso, seguramente porque yo le hab?a ayudado en otro tiempo en aquella tarea de levantar (como se dice en el teatro) aquel proyecto de Mario Vargas Llosa que luego, entre otros, hicieron posible en Madrid y Barcelona (y en otras capitales) Basilio Baltasar y Sergio Vila-Sanju?n, que ahora, por cierto, acaba de publicar un libro sobre la experiencia de meter en el teatro al que antes fue autor o aficionado y ahora era, como actor a tiempo completo, un intérprete que se med?a con la impar Aitana S?nchez-Gij?n.
Aquella fue una experiencia que nos hizo amigos. ?l era un ser humano estupendo; ten?a la alegr?a de mostrarse siempre alegre, aun en circunstancias dif?ciles del desarrollo de aquel proyecto. Imagino cu?n dif?ciles fueron sus esgrimas con la denuncia que tuvo que contestar, con buenos abogados, al menos con un gran abogado, Javier Melero, que adem?s es un escritor formidable y una buena persona.
En ese tiempo de mayor dificultad ante la vida, tuve con Joan algunas conversaciones, en las que le animaba a esperar que el futuro fuera otro. Pero en ning?n caso parece luego suficiente, cuando la vida derrapa, esa mano en el hombro, pues todos nosotros, los que queremos, los que queremos querer, tendr?amos que ser capaces de ir m?s lejos en el afecto, pues quien sufre nunca te dice del todo, no puede decirlo o no sabe, cu?nto necesita esa palabra que, en las Escrituras, tiene una bella traslaci?n, impresionante: “Una palabra tuya bastar? para sanarme”.
Quién no ha sufrido calumnia, que es lo hay después de la suposici?n o de la denuncia; quién no ha visto empeque?ecer los afectos ajenos cuando alguien te retrata del revés y va con esa melod?a perversa cantando una canci?n de odio o de maledicencia. Joan Ollé percibi? de cerca y de lejos esa tristeza, pues una de las grandes fallas morales de la humanidad es la cantidad de sospecha que se acumula cuando nadie se atreve a parar al que te viene con el a?adido de suspicacia.
?l vivi? ese caballo moral de la inquina desde dentro de su oficio, se le fueron cerrando esas puertas que fueron su vida, y el alrededor se fue haciendo de alambradas a las que se refer?a el gran periodista Eugenio Scalfari (me lo recordaba en un mensaje directo de Twiter la periodista y profesora Chelo S?nchez) cuando hablaba del asalto a los l?mites de la intimidad…
Sin que su defensa pudiera ser del mismo grosor que el ataque, me dec?a en esa llamada, que ser?a la ?ltima de nuestras vidas, estaba dispuesto a volver a la batalla teatral, ten?a algunos proyectos, se abr?a a otros, y entre ellos quer?a que se produjera esa discusi?n sobre la vida y el periodismo, que me estaba proponiendo mientras llegaba gente a la casa de Benavides, a esperar a Bryce Echenique… No lleg? nunca, se hab?a equivocado de hora, de fecha, se hab?a equivocado, como la paloma de Alberti…
La noticia de la muerte de Joan Ollé nos dej? a todos los que lo conocieron y lo trataron en estado de enorme tristeza. La palabra tristeza no es un accidente que uno se encuentra en el teclado cuando quiere describir un estado de ?nimo propio, o ajeno. Es la que m?s dice de entre todos los adjetivos que tiene el malestar, pues el problema moral de nuestro tiempo, de todos los tiempos, es la tristeza de las personas, c?mo aliviarlo, c?mo combatirlo, c?mo luchar contra él cuando no es s?lo la justicia lo que se dirime, sino la vida.
La muerte de Joan Ollé tiene antecedentes, como todas las muertes, y entre los que preceden a su propia muerte est?, sin duda, la tristeza. Esa es la tristeza con la su rostro y su voz afrontaron la decisi?n de mostrar alegr?a cuando, por dentro, le estaba afectando la noticia peor de su vida, la m?s notoria, la que aquella tardenoche en que me llam? también parec?a ser la inauguraci?n de otra alegr?a. De la ?ltima alegr?a.
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/cultura/joan-olle-todos-nosotros-14419238)
Fui el primero en llegar, pero no sub? a la casa porque bajo la llovizna del tiempo indeciso, me parece que estaba empezando el oto?o de 2021, me son? en el m?vil una llamada que en seguida tomé, pues era de Joan Ollé, un amigo de hac?a mucho tiempo, con el cual colaboré para que él llevara a escena La verdad de las mentiras, uno de los grandes exponentes de Mario Vargas Llosa como ensayista. Sobre Joan, acusado por quienes fueron alumnas suyas de haber cometido abusos sexuales en la escuela teatral que dirig?a en Barcelona, pesaba una ya larga y terrible sospecha que al fin se iba aclarando. Aunque no del todo, aunque segu?an resquicios de car?cter judicial, que son a?n m?s livianos que las sospechas que la sociedad alimenta, Joan estaba ciertamente m?s liberado en esa comunicaci?n que se produc?a, en mi caso, bajo la lluvia.
Tan aliviado estaba, tan esperanzado en el futuro que se abr?a ante él, un hombre de 65 a?os, un gran profesor del teatro, un dramaturgo de primera divisi?n, que ya andaba con nuevos proyectos a la espera de que otros m?s grandes vinieran cuando detr?s de aquello que le hab?a pasado viniera para él un deseado alivio. ?l quer?a, me dijo, juntar a escritores y periodistas que discutieran sobre lo que sab?an ante estudiantes o profesionales que se concentraran semanalmente o en la red o en persona. Quer?a mi concurso, seguramente porque yo le hab?a ayudado en otro tiempo en aquella tarea de levantar (como se dice en el teatro) aquel proyecto de Mario Vargas Llosa que luego, entre otros, hicieron posible en Madrid y Barcelona (y en otras capitales) Basilio Baltasar y Sergio Vila-Sanju?n, que ahora, por cierto, acaba de publicar un libro sobre la experiencia de meter en el teatro al que antes fue autor o aficionado y ahora era, como actor a tiempo completo, un intérprete que se med?a con la impar Aitana S?nchez-Gij?n.
Aquella fue una experiencia que nos hizo amigos. ?l era un ser humano estupendo; ten?a la alegr?a de mostrarse siempre alegre, aun en circunstancias dif?ciles del desarrollo de aquel proyecto. Imagino cu?n dif?ciles fueron sus esgrimas con la denuncia que tuvo que contestar, con buenos abogados, al menos con un gran abogado, Javier Melero, que adem?s es un escritor formidable y una buena persona.
En ese tiempo de mayor dificultad ante la vida, tuve con Joan algunas conversaciones, en las que le animaba a esperar que el futuro fuera otro. Pero en ning?n caso parece luego suficiente, cuando la vida derrapa, esa mano en el hombro, pues todos nosotros, los que queremos, los que queremos querer, tendr?amos que ser capaces de ir m?s lejos en el afecto, pues quien sufre nunca te dice del todo, no puede decirlo o no sabe, cu?nto necesita esa palabra que, en las Escrituras, tiene una bella traslaci?n, impresionante: “Una palabra tuya bastar? para sanarme”.
Quién no ha sufrido calumnia, que es lo hay después de la suposici?n o de la denuncia; quién no ha visto empeque?ecer los afectos ajenos cuando alguien te retrata del revés y va con esa melod?a perversa cantando una canci?n de odio o de maledicencia. Joan Ollé percibi? de cerca y de lejos esa tristeza, pues una de las grandes fallas morales de la humanidad es la cantidad de sospecha que se acumula cuando nadie se atreve a parar al que te viene con el a?adido de suspicacia.
?l vivi? ese caballo moral de la inquina desde dentro de su oficio, se le fueron cerrando esas puertas que fueron su vida, y el alrededor se fue haciendo de alambradas a las que se refer?a el gran periodista Eugenio Scalfari (me lo recordaba en un mensaje directo de Twiter la periodista y profesora Chelo S?nchez) cuando hablaba del asalto a los l?mites de la intimidad…
Sin que su defensa pudiera ser del mismo grosor que el ataque, me dec?a en esa llamada, que ser?a la ?ltima de nuestras vidas, estaba dispuesto a volver a la batalla teatral, ten?a algunos proyectos, se abr?a a otros, y entre ellos quer?a que se produjera esa discusi?n sobre la vida y el periodismo, que me estaba proponiendo mientras llegaba gente a la casa de Benavides, a esperar a Bryce Echenique… No lleg? nunca, se hab?a equivocado de hora, de fecha, se hab?a equivocado, como la paloma de Alberti…
La noticia de la muerte de Joan Ollé nos dej? a todos los que lo conocieron y lo trataron en estado de enorme tristeza. La palabra tristeza no es un accidente que uno se encuentra en el teclado cuando quiere describir un estado de ?nimo propio, o ajeno. Es la que m?s dice de entre todos los adjetivos que tiene el malestar, pues el problema moral de nuestro tiempo, de todos los tiempos, es la tristeza de las personas, c?mo aliviarlo, c?mo combatirlo, c?mo luchar contra él cuando no es s?lo la justicia lo que se dirime, sino la vida.
La muerte de Joan Ollé tiene antecedentes, como todas las muertes, y entre los que preceden a su propia muerte est?, sin duda, la tristeza. Esa es la tristeza con la su rostro y su voz afrontaron la decisi?n de mostrar alegr?a cuando, por dentro, le estaba afectando la noticia peor de su vida, la m?s notoria, la que aquella tardenoche en que me llam? también parec?a ser la inauguraci?n de otra alegr?a. De la ?ltima alegr?a.
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