الريــم
12-24-2023, 07:30 PM
Antonio Robles (https://www.epe.es/es/cultura/20231224/antonio-robles-lector-perfecto-alfaguara-arturo-perez-reverte-96229168) ha muerto. Era el lector perfecto. Su amigo Arturo Pérez-Reverte, que public? desde muy joven en la editorial para la que trabajaba este hombre tan singular, tan importante, tiene escrito sobre él, cuando el creador de Alatriste era un muchacho y su amigo llegaba a los 45 a?os: “El hombre cuya intuici?n literaria m?s respeto en el mundo se llama Antonio Robles, tiene 45 a?os y fuma en pipa”.
Robles fum? en pipa siempre, caminaba como si estuviera buscando sitio en un barco a la deriva y era cejijunto y a la vez cachondo, se re?a de su sombra y no prestaba atenci?n sino a los libros, a sus hermanas y a las muchas mujeres a las que ador?, entre ellas a sus compa?eras de trabajo en Alfaguara, donde coincid? con él durante ocho a?os, m?s o menos. Antonio muri? este ?ltimo viernes y ten?a 74 a?os.
En aquel texto que escribi? para los diarios de Vocento el m?s celebrado de los autores de la lengua castellana, dec?a Pérez-Reverte sobre la capacidad de leer, y de convencer sobre lo le?do, que quienes ten?an voz de mando en la editorial le pasaban galeradas sobre las que le ped?an opini?n: “?l se las lee muy en serio”, se?alaba el autor de El tango de la Guardia Vieja, “emite veredicto sin darle mayor importancia, y no falla ni una sola vez. Amaya Elezcano, mi editora-machaca favorita, dar? testimonio de con cu?nto respeto y preocupaci?n le someti? el arriba firmante a Antonio el ordenanza el manuscrito de La piel del tambor, de c?mo aquél nos pronostic?, con muy escaso margen de error, el n?mero de ejemplares que ?bamos a colocar en un mes”.
Y no s?lo eso, se?alaba Pérez-Reverte en aquel perfil: “Incluso, su juicio técnico me hizo suprimir dos l?neas de un final de cap?tulo donde se detallaba cierto acto ?ntimo de un personaje de la novela. 'De masturbarse' -dijo Antonio muy serio- 'sé m?s que nadie. Y te digo que esa postura es imposible'”.
A esa edad, y después, cuenta Arturo que Antonio Robles era enamoradizo sin suerte, pero a su alrededor, en la editorial y fuera de ella, estuvo siempre rodeado de mujeres que estos d?as lloran su pérdida y explican el enorme regocijo que proporcionaba su amistad.
A alguno de esos encuentros recientes que programaban sus amigas (Olivia Rojo, Natalia Vicioso, Ana Lyons, Marta Donada, Rosa Arrizabalaga, Mar?a Jes?s Rom?n) fui invitado, y ah? comprobé que aquel lector que Antonio hab?a sido segu?a teniendo la memoria, y el af?n, que lo hab?a hecho legendario lector de Pérez-Reverte, de Alfaguara, de Rafael Chirbes, de Nuria Barrios…
Era un lector, dec?a Reverte, “patol?gico, insaciable”; Paul Auster, el Quijote, Faulkner… “Un mes de agosto con poco trabajo se calz? a Faulkner de cabo a rabo, con un par. (…) Pero lo que de verdad te deja hecho polvo es su olfato para los buenos y los malos libros, as? como para prever con antelaci?n lo que ser? un éxito de ventas y lo que no”. Arturo era su confesor, su amigo, y fue el mejor exégeta de este hombre que naci? en La Carolina y parec?a el ?nico que no dorm?a en Madrid mientras le dur? el tiempo en que le pagaban como el cuidador del edificio, cuando era en realidad el lector en el que todos confiaban.
Entre sus pasiones imposibles estaba, naturalmente, Marylin Monroe, pero, como comprobar?a tantas veces Pérez-Reverte y como sab?an Amaya Elezcano, que ser?a editora y luego directora principal de Alfaguara, y tantos otros de sus admiradores (y, sobre todo, admiradoras), prefer?a (de nuevo, en palabras de Pérez-Reverte) “entre el humo de su pipa recorrer p?ginas de libros donde puede vivir historias maravillosas con mujeres de bandera como esa que tiene en la cabeza: su mujer ideal. Una hembra, confiesa, con el cuerpo de Almudena Grandes y el coco de Erica Jong”.
Era un hombre afectuoso, de admirable inteligencia, que caminaba lentamente y pensaba deprisa, y se re?a por dentro de la obsesi?n que el oficio tiene por darle demasiada importancia a detalles nimios y menos al fondo de la escritura, a la que él le prestaba tanta atenci?n como a esa pasi?n que tan feliz le hac?a: imaginar que la lectura era una forma de amar, la mejor quiz?, la m?s duradera.
A veces este editor que también fue amigo suyo lo ve?a al volver de las noches. Llevaba paquetes de un lado a otro; sab?a qué iba dentro de cada uno de ellos, y antes de entregarlos, si eran manuscritos, ya sab?a a ciencia cierta si merec?a la pena abrirlos.
Deja tres hermanas, Pilar, Mar?a y Carmen, y con un afecto de hijas o de nietas se quedan tristes todas aquellas que fueron sus amigas, dentro y fuera de la editorial que fue gran parte de su vida de lector inteligente y callado excepto cuando le ped?as cuenta del libro que hab?a le?do esa noche.
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/cultura/antonio-robles-lector-perfecto-96231008)
Robles fum? en pipa siempre, caminaba como si estuviera buscando sitio en un barco a la deriva y era cejijunto y a la vez cachondo, se re?a de su sombra y no prestaba atenci?n sino a los libros, a sus hermanas y a las muchas mujeres a las que ador?, entre ellas a sus compa?eras de trabajo en Alfaguara, donde coincid? con él durante ocho a?os, m?s o menos. Antonio muri? este ?ltimo viernes y ten?a 74 a?os.
En aquel texto que escribi? para los diarios de Vocento el m?s celebrado de los autores de la lengua castellana, dec?a Pérez-Reverte sobre la capacidad de leer, y de convencer sobre lo le?do, que quienes ten?an voz de mando en la editorial le pasaban galeradas sobre las que le ped?an opini?n: “?l se las lee muy en serio”, se?alaba el autor de El tango de la Guardia Vieja, “emite veredicto sin darle mayor importancia, y no falla ni una sola vez. Amaya Elezcano, mi editora-machaca favorita, dar? testimonio de con cu?nto respeto y preocupaci?n le someti? el arriba firmante a Antonio el ordenanza el manuscrito de La piel del tambor, de c?mo aquél nos pronostic?, con muy escaso margen de error, el n?mero de ejemplares que ?bamos a colocar en un mes”.
Y no s?lo eso, se?alaba Pérez-Reverte en aquel perfil: “Incluso, su juicio técnico me hizo suprimir dos l?neas de un final de cap?tulo donde se detallaba cierto acto ?ntimo de un personaje de la novela. 'De masturbarse' -dijo Antonio muy serio- 'sé m?s que nadie. Y te digo que esa postura es imposible'”.
A esa edad, y después, cuenta Arturo que Antonio Robles era enamoradizo sin suerte, pero a su alrededor, en la editorial y fuera de ella, estuvo siempre rodeado de mujeres que estos d?as lloran su pérdida y explican el enorme regocijo que proporcionaba su amistad.
A alguno de esos encuentros recientes que programaban sus amigas (Olivia Rojo, Natalia Vicioso, Ana Lyons, Marta Donada, Rosa Arrizabalaga, Mar?a Jes?s Rom?n) fui invitado, y ah? comprobé que aquel lector que Antonio hab?a sido segu?a teniendo la memoria, y el af?n, que lo hab?a hecho legendario lector de Pérez-Reverte, de Alfaguara, de Rafael Chirbes, de Nuria Barrios…
Era un lector, dec?a Reverte, “patol?gico, insaciable”; Paul Auster, el Quijote, Faulkner… “Un mes de agosto con poco trabajo se calz? a Faulkner de cabo a rabo, con un par. (…) Pero lo que de verdad te deja hecho polvo es su olfato para los buenos y los malos libros, as? como para prever con antelaci?n lo que ser? un éxito de ventas y lo que no”. Arturo era su confesor, su amigo, y fue el mejor exégeta de este hombre que naci? en La Carolina y parec?a el ?nico que no dorm?a en Madrid mientras le dur? el tiempo en que le pagaban como el cuidador del edificio, cuando era en realidad el lector en el que todos confiaban.
Entre sus pasiones imposibles estaba, naturalmente, Marylin Monroe, pero, como comprobar?a tantas veces Pérez-Reverte y como sab?an Amaya Elezcano, que ser?a editora y luego directora principal de Alfaguara, y tantos otros de sus admiradores (y, sobre todo, admiradoras), prefer?a (de nuevo, en palabras de Pérez-Reverte) “entre el humo de su pipa recorrer p?ginas de libros donde puede vivir historias maravillosas con mujeres de bandera como esa que tiene en la cabeza: su mujer ideal. Una hembra, confiesa, con el cuerpo de Almudena Grandes y el coco de Erica Jong”.
Era un hombre afectuoso, de admirable inteligencia, que caminaba lentamente y pensaba deprisa, y se re?a por dentro de la obsesi?n que el oficio tiene por darle demasiada importancia a detalles nimios y menos al fondo de la escritura, a la que él le prestaba tanta atenci?n como a esa pasi?n que tan feliz le hac?a: imaginar que la lectura era una forma de amar, la mejor quiz?, la m?s duradera.
A veces este editor que también fue amigo suyo lo ve?a al volver de las noches. Llevaba paquetes de un lado a otro; sab?a qué iba dentro de cada uno de ellos, y antes de entregarlos, si eran manuscritos, ya sab?a a ciencia cierta si merec?a la pena abrirlos.
Deja tres hermanas, Pilar, Mar?a y Carmen, y con un afecto de hijas o de nietas se quedan tristes todas aquellas que fueron sus amigas, dentro y fuera de la editorial que fue gran parte de su vida de lector inteligente y callado excepto cuando le ped?as cuenta del libro que hab?a le?do esa noche.
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