الريــم
10-16-2023, 05:11 PM
El maestro Jigaro Kano cre? a finales del siglo XIX el judo bajo el lema “m?xima eficiencia con m?nimo esfuerzo, en aras del esfuerzo mutuo y el beneficio com?n”. Naci? y creci? como un deporte de hombres y durante décadas a las mujeres que lo practicaron se les permiti? ?nicamente tomar parte en exhibiciones. Las competiciones estaban prohibidas para ellas hasta que apareci? en escena Rena Kanakogi.
Rena Glickman (su nombre real) naci? en 1935 en Nueva York y no tuvo una juventud sencilla. Su padre abandon? el hogar familiar cuando era una ni?a y desde muy joven aparc? los estudios y se dedic? a buscar peque?os trabajos con los que ayudar a su madre que vend?a perritos calientes. Era grande, fuerte y ten?a un car?cter terrible. Una banda callejera, los “Apaches”, acabaron por reclutarla y aquello pudo llevarla por el peor de los caminos. Se vio involucrada en no pocas peleas y en su cuerpo empezaron a asomar las cicatrices por heridas de arma blanca. Esa clase de incidentes y el temor a que los problemas en la calle fuesen a m?s la llev? a entrenar. Le gustaba visitar el gimnasio, levantar pesas y enzarzarse con el saco de boxeo donde descargaba toda la furia que llevaba dentro. Sus compa?eros de andanzas la apodaron “Rusty” y durante un tiempo lleg? a plantearse de forma remota la posibilidad de buscarse la vida en el boxeo. Pero por el camino tuvo una revelaci?n. Un vecino le ense?? un d?a una técnica de judo, deporte que hab?a llegado a Estados Unidos sobre todo gracias a los soldados que volvieron de la Segunda Guerra Mundial, y ya no quiso saber casi nada del boxeo. Se sinti? atra?da de inmediato por el arte marcial, sobre todo porque la calmaba y la ayudaba a desarrollar el autocontrol, una de sus grandes carencias. Su vida segu?a siendo un caos, se cas? joven, tuvo un hijo, se divorci? al poco tiempo, saltaba de trabajo en trabajo…pero todo parec?a estar en orden cuando se sub?a al tatami.
Sin competiciones en las que poder participar “Rusty” Glickman decidi? dar un paso m?s y con la colaboraci?n de su grupo de entrenamiento se present? en el Campeonato de la YMCA en Nueva York disfrazada de hombre. Las mujeres no estaban expl?citamente excluidas de la competici?n, en la inscripci?n no se preguntaba el género y antes de ella ninguna se hab?a atrevido a presentarse. Ella se cort? el pelo, se vend? el pecho y se sent? junto al resto de miembros del equipo bajo el nombre de Rusty Glickman. No estaba previsto que subiese al tatami, pero la lesi?n de uno de sus compa?eros le oblig? a ello. Gan? su combate y por el pabell?n comenzaron a circular rumores. Antes de la entrega de las medallas la organizaci?n le pregunt? y ella reconoci? su verdadera identidad por lo que la invitaron a salir del podio sin el premio que se hab?a ganado. Se sinti? humillada, pero se prometi? a s? misma que nunca m?s permitir?a algo as? y que luchar?a para que las mujeres que viniesen tras ella tuviesen su lugar en el judo.
A comienzos de los sesenta se fue a Tokio a entrenar en el lengendario Kodokan
A comienzos de los sesenta, sin m?s posibilidades de evoluci?n en Estados Unidos y sin competiciones a las que acudir, viaj? a Jap?n con todo lo que hab?a ahorrado durante unos a?os para entrar en el Kodokan de Tokio, la instituci?n legendaria y escuela que fund? Jigaro Kano. Desde 1926 las mujeres entrenaban en el Kodoban, pero siempre en sus propios grupos, separadas de los hombres. Pero con Rena las cosas fueron diferentes. Demostr? en poco tiempo semejante superioridad sobre la mayor?a de las practicantes que los maestros le permitieron comenzar a entrenar con hombres. Fue ah? donde conoci? al amor de su vida: Ryohei Kanokogi, cintur?n negro sexto dan, y con el que se cas? a los pocos a?os. “Nunca me hubiera casado con alguien con menos nivel” bromeaba quien a partir de ese momento comenzar?a a ser conocida por “Rusty” Kanakogi. Después de un tiempo en Jap?n y de vivir en Tokio los Juegos de 1964 en los que el judo por primera vez entr? a formar parte del programa ol?mpico (Kanakogi era uno de los entrenadores del equipo japonés que gan? tres oros y una plata) la pareja se instal? en Estados Unidos donde se dedicaron a ense?ar el judo y a pelear para que las mujeres tuviesen su espacio en ese deporte. Es cierto que afloraban las competiciones, pero a?n hab?a espacios vedados, los que dan m?s visibilidad y los que terminan por impulsar una modalidad a los ojos del gran p?blico. Esa era la tarea principal de “Rusty” Kanakogi y su empe?o permiti? que se diesen pasos de forma constante.
En 1980 Kanokogi organiz? en el Felt Forum, uno de los recintos deportivos que forman parte del complejo del Madison Square Garden, el primer Campeonato del mundo de judo femenino. Para ello se jug? su propio patrimonio. Con escasas ayudas hipotec? su propia casa para conseguir el dinero necesario y reuni? a veintisiete selecciones en la Gran Manzana. Aquello era fundamental porque el COI, para abrirle la puerta a las mujeres en el programa ol?mpico, reclamaba que se disputasen mundiales con al menos veinticinco pa?ses en competici?n. “Rusty” lo consigui? en aquel 1980 en el que se jug? todo lo que ten?a. Por eso, cuando poco tiempo después se anunci? que las mujeres tampoco estar?an en los Juegos Ol?mpicos de Los ?ngeles en 1984, estuvo a punto de explotar. Aqu? hubo poco del autocontrol que le proporcionaba el judo y su pr?ctica. Sus apariciones en p?bico resultaron incendiarias, clam? contra el machismo que imperaba en su deporte y amenaz? con demandar al Comité Ol?mpico Internacional por discriminaci?n sexual. Para ello tuvo el apoyo de algunos pol?ticos, de otras deportistas célebres como la tenista Billie Jean King, y de la Uni?n Estadounidense por las Libertades Civiles, dispuesta a cargar con los gastos que llevase el litigio contra el organismo que dirig?a entonces el espa?ol Juan Antonio Samaranch. El estruendo que provoc? fue tan extraordinario que pocos a?os después el COI hizo oficial que el judo femenino formar?a parte del calendario ol?mpico de Se?l en 1988 aunque solo como exhibici?n. Ser?a en Barcelona en 1992 cuando ya entrar?a como pleno derecho.
A ”Rusty” Kanokogi se la considera por todo ello la “madre del judo”. A Se?l acudi? como entrenadora de la selecci?n estadounidense y una chica entrenada por ella, Margaret Castro, consigui? el oro que seguramente hubiese colgado del cuello de Kanakogi muchos a?os antes si hubiese tenido la oportunidad. Después de aquello, satisfecha por el trabajo realizado, “Rusty” se centr? en seguir ense?ando el judo y cuidando de la familia que hab?a formado con Ryohei Kanokogi. Un c?ncer diagnosticado poco después de cumplir los setenta a?os desat? una oleada de reconocimientos. Un a?o antes de morir entr? en el Sal?n de la Fama del judo y se le concedi? la Orden del Sol Naciente, el mayor galard?n que otorga el estado japonés, como agradecimiento a todo su esfuerzo y dedicaci?n para que las mujeres tuviesen en el judo y en el deporte el lugar que les correspond?a. Pero en medio de aquella lluvia de gratitud hacia ella, tal vez hubo un acto a?n m?s llamativo y simb?lico. La YMCA le entreg? cincuenta a?os después la primera medalla conseguida en su vida en los tatamis y que le arrebataron tras descubrir que era en realidad una mujer disfrazada de hombre. La directora de la instituci?n le hizo entrega del oro y de una disculpa. Ella se limit? a repetir algo que ya hab?a dicho en numerosas ocasiones a lo largo de su vida: “Solo me preocupaba de luchar por aquello que consideraba justo”.
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/sociedad/madre-judo-93402203)
Rena Glickman (su nombre real) naci? en 1935 en Nueva York y no tuvo una juventud sencilla. Su padre abandon? el hogar familiar cuando era una ni?a y desde muy joven aparc? los estudios y se dedic? a buscar peque?os trabajos con los que ayudar a su madre que vend?a perritos calientes. Era grande, fuerte y ten?a un car?cter terrible. Una banda callejera, los “Apaches”, acabaron por reclutarla y aquello pudo llevarla por el peor de los caminos. Se vio involucrada en no pocas peleas y en su cuerpo empezaron a asomar las cicatrices por heridas de arma blanca. Esa clase de incidentes y el temor a que los problemas en la calle fuesen a m?s la llev? a entrenar. Le gustaba visitar el gimnasio, levantar pesas y enzarzarse con el saco de boxeo donde descargaba toda la furia que llevaba dentro. Sus compa?eros de andanzas la apodaron “Rusty” y durante un tiempo lleg? a plantearse de forma remota la posibilidad de buscarse la vida en el boxeo. Pero por el camino tuvo una revelaci?n. Un vecino le ense?? un d?a una técnica de judo, deporte que hab?a llegado a Estados Unidos sobre todo gracias a los soldados que volvieron de la Segunda Guerra Mundial, y ya no quiso saber casi nada del boxeo. Se sinti? atra?da de inmediato por el arte marcial, sobre todo porque la calmaba y la ayudaba a desarrollar el autocontrol, una de sus grandes carencias. Su vida segu?a siendo un caos, se cas? joven, tuvo un hijo, se divorci? al poco tiempo, saltaba de trabajo en trabajo…pero todo parec?a estar en orden cuando se sub?a al tatami.
Sin competiciones en las que poder participar “Rusty” Glickman decidi? dar un paso m?s y con la colaboraci?n de su grupo de entrenamiento se present? en el Campeonato de la YMCA en Nueva York disfrazada de hombre. Las mujeres no estaban expl?citamente excluidas de la competici?n, en la inscripci?n no se preguntaba el género y antes de ella ninguna se hab?a atrevido a presentarse. Ella se cort? el pelo, se vend? el pecho y se sent? junto al resto de miembros del equipo bajo el nombre de Rusty Glickman. No estaba previsto que subiese al tatami, pero la lesi?n de uno de sus compa?eros le oblig? a ello. Gan? su combate y por el pabell?n comenzaron a circular rumores. Antes de la entrega de las medallas la organizaci?n le pregunt? y ella reconoci? su verdadera identidad por lo que la invitaron a salir del podio sin el premio que se hab?a ganado. Se sinti? humillada, pero se prometi? a s? misma que nunca m?s permitir?a algo as? y que luchar?a para que las mujeres que viniesen tras ella tuviesen su lugar en el judo.
A comienzos de los sesenta se fue a Tokio a entrenar en el lengendario Kodokan
A comienzos de los sesenta, sin m?s posibilidades de evoluci?n en Estados Unidos y sin competiciones a las que acudir, viaj? a Jap?n con todo lo que hab?a ahorrado durante unos a?os para entrar en el Kodokan de Tokio, la instituci?n legendaria y escuela que fund? Jigaro Kano. Desde 1926 las mujeres entrenaban en el Kodoban, pero siempre en sus propios grupos, separadas de los hombres. Pero con Rena las cosas fueron diferentes. Demostr? en poco tiempo semejante superioridad sobre la mayor?a de las practicantes que los maestros le permitieron comenzar a entrenar con hombres. Fue ah? donde conoci? al amor de su vida: Ryohei Kanokogi, cintur?n negro sexto dan, y con el que se cas? a los pocos a?os. “Nunca me hubiera casado con alguien con menos nivel” bromeaba quien a partir de ese momento comenzar?a a ser conocida por “Rusty” Kanakogi. Después de un tiempo en Jap?n y de vivir en Tokio los Juegos de 1964 en los que el judo por primera vez entr? a formar parte del programa ol?mpico (Kanakogi era uno de los entrenadores del equipo japonés que gan? tres oros y una plata) la pareja se instal? en Estados Unidos donde se dedicaron a ense?ar el judo y a pelear para que las mujeres tuviesen su espacio en ese deporte. Es cierto que afloraban las competiciones, pero a?n hab?a espacios vedados, los que dan m?s visibilidad y los que terminan por impulsar una modalidad a los ojos del gran p?blico. Esa era la tarea principal de “Rusty” Kanakogi y su empe?o permiti? que se diesen pasos de forma constante.
En 1980 Kanokogi organiz? en el Felt Forum, uno de los recintos deportivos que forman parte del complejo del Madison Square Garden, el primer Campeonato del mundo de judo femenino. Para ello se jug? su propio patrimonio. Con escasas ayudas hipotec? su propia casa para conseguir el dinero necesario y reuni? a veintisiete selecciones en la Gran Manzana. Aquello era fundamental porque el COI, para abrirle la puerta a las mujeres en el programa ol?mpico, reclamaba que se disputasen mundiales con al menos veinticinco pa?ses en competici?n. “Rusty” lo consigui? en aquel 1980 en el que se jug? todo lo que ten?a. Por eso, cuando poco tiempo después se anunci? que las mujeres tampoco estar?an en los Juegos Ol?mpicos de Los ?ngeles en 1984, estuvo a punto de explotar. Aqu? hubo poco del autocontrol que le proporcionaba el judo y su pr?ctica. Sus apariciones en p?bico resultaron incendiarias, clam? contra el machismo que imperaba en su deporte y amenaz? con demandar al Comité Ol?mpico Internacional por discriminaci?n sexual. Para ello tuvo el apoyo de algunos pol?ticos, de otras deportistas célebres como la tenista Billie Jean King, y de la Uni?n Estadounidense por las Libertades Civiles, dispuesta a cargar con los gastos que llevase el litigio contra el organismo que dirig?a entonces el espa?ol Juan Antonio Samaranch. El estruendo que provoc? fue tan extraordinario que pocos a?os después el COI hizo oficial que el judo femenino formar?a parte del calendario ol?mpico de Se?l en 1988 aunque solo como exhibici?n. Ser?a en Barcelona en 1992 cuando ya entrar?a como pleno derecho.
A ”Rusty” Kanokogi se la considera por todo ello la “madre del judo”. A Se?l acudi? como entrenadora de la selecci?n estadounidense y una chica entrenada por ella, Margaret Castro, consigui? el oro que seguramente hubiese colgado del cuello de Kanakogi muchos a?os antes si hubiese tenido la oportunidad. Después de aquello, satisfecha por el trabajo realizado, “Rusty” se centr? en seguir ense?ando el judo y cuidando de la familia que hab?a formado con Ryohei Kanokogi. Un c?ncer diagnosticado poco después de cumplir los setenta a?os desat? una oleada de reconocimientos. Un a?o antes de morir entr? en el Sal?n de la Fama del judo y se le concedi? la Orden del Sol Naciente, el mayor galard?n que otorga el estado japonés, como agradecimiento a todo su esfuerzo y dedicaci?n para que las mujeres tuviesen en el judo y en el deporte el lugar que les correspond?a. Pero en medio de aquella lluvia de gratitud hacia ella, tal vez hubo un acto a?n m?s llamativo y simb?lico. La YMCA le entreg? cincuenta a?os después la primera medalla conseguida en su vida en los tatamis y que le arrebataron tras descubrir que era en realidad una mujer disfrazada de hombre. La directora de la instituci?n le hizo entrega del oro y de una disculpa. Ella se limit? a repetir algo que ya hab?a dicho en numerosas ocasiones a lo largo de su vida: “Solo me preocupaba de luchar por aquello que consideraba justo”.
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