الريــم
03-29-2023, 01:48 PM
Cuando el Rey de Espa?a, antes de bajarse al caj?n, interpret? una especie de homenaje a la historia actual de la lengua, ten?a detr?s una fotograf?a enorme de C?diz que representaba la ciudad y sus tent?culos.
Esa imagen parec?a la un lagarto sonriente y feliz, un felino pac?fico y abierto que parec?a dispuesto a organizar un viaje a la Roma o la Grecia de donde venimos. Se acab? el discurso de don Felipe y entonces el lagarto se escondi? con la m?sica a otra parte.
Lejos del caj?n y de los académicos, el lagarto volvi? anoche en forma de poes?a. No estaba el rey para aplaudirlo, pero all? hubo un lagarto feliz, yo lo vi entrar y salir del escenario. Una vez que se hab?an acabado los devaneos de los académicos, estos dejaron que entrara en la sala el sonido de los poetas y se acab? lo que se daba.
Todo fue aplauso y alegr?a, el mundo se puso a aplaudir mientras en otra parte de La Bomba, donde pasaron estas cosas, preparaban c?cteles y risas. Como para vengarse de la pandemia, y de las restantes pandemias, y mientras el p?blico se preparaba, con la letra, para la m?sica, C?diz se dej? hacer como una muchacha. O como un muchacho, no se vayan a creer cualquier otra mandanga.
Ah, fue un momento muy potente. El m?s potente, todav?a, de toda esta feria de muestras que es un monumento a la lengua, sin que la lengua, debe constar, lo haya pedido. Lo que le importa a la lengua es desperezarse, ponerse a cavilar sola, como ocurre verdaderamente con la lengua de los poetas. Cuando Gioconda Belli, la nicaragüense que parece de Cartago, o de las antiguas grecias, se puso a recitar su pérdida, pues fue expulsada de su tierra por un cabr?n de siete suelas dictatoriales, el p?blico se puso en pie y ya no la dej? respirar.
Yo lo vi. La vi. Mir? al frente, pareci? decir “estos son los m?os, esta es mi patria, no podr?n quit?rmela”, porque estaba al mando del micr?fono y también de la poes?a. Combinando esta con la prosa, fue diciendo que todo lo que le hab?a robado Ortega el dictador, como se lo ha robado a Sergio Ram?rez, su compatriota, su amigo, que estaba también en el recinto, era suyo, y s?lo le pertenec?a al aire indisociable de una patria que no es de otro, es suya, es suyo el pa?s, como también lo es el pa?s que ahora es, para ellos, Espa?a.
“En Colombia tienen su casa”, le cant? un poeta colombiano, de origen ruso, por lo que escuché, Rolando Kalt?n, que le dedic? a su padre un Goodbye Lenin que puso los pelos de punta, y la vida (“la ?ltima luz de mi infancia”), y fue seguido, casi en silencio, por el argentino Hugo Mujica, veterano ya, que quiso silencio, “pues también el silencio es poes?a”, para decir “escribo y borro”, “amanece y callo”, “callo todo el miedo”, porque “no es que el silencio no hable: lo que no hace es dejar ecos”.
Mar?a Baranda, mexicana que tiene nombre de asomarse, puso a volar los papalotes para que sus hijas se subieran al aire “del lirismo de las ni?as”, para desembocar en ese rojo que a veces es m?s “el para?so”.
La apoteosis local, antes de que vinieran los humoristas carnavaleros de las chirigotas de Los llorones, la trajo, con una naturalidad que estaba entre Carlos Edmundo de Ory y el surrealismo gaditano, la voz, y la belleza, de Ana Roseti. Poeta desde chica, se mostr? feliz entre su gente, “me siento hasta orgullosa”, en medio “de este vendaval de aire puro” que es cada d?a C?diz, hasta cuando la bah?a est? desnuda de fr?o. “Donde no hay poes?a para que haya poes?a”, “amor dicen vendo… viagras y ciertas lencer?as”, “amor, cada vez que lo escribimos o lo hacemos”. Sac? a probar hasta “la cimiente de la mostaza”, la m?s peque?a de las semillas, y brind? por lo m?s grande de lo que se conoce a esta hora de la tarde-noche en Andaluc?a: “Gracias te sean dadas, poes?a, se?ora nuestra”.
El tel?n no ca?a, “desde el amoroso” paréntesis de escarcha, “poes?a para la vida y sus pormenores…, para que no me olvide del poema materno”. El aplauso fue como para que no se fuera, pero ingres? un intrépido guerrillero de la l?rica, Federico D?a Granados, hondure?o de todas las Antillas centroamericanas, que le dedic? a Gioconda y a Sergio, como los otros, la casa contra la hecatombe, les invitaba desde el dolor antiguo de sus pueblos, para saber que, desde la Arcadia, eso dijo, que ocurre “tras la hambruna”, hay tierra firme.
Volvi? al estrado quien lo hab?a abierto, el poeta Juan José Téllez, que llen? el escenario de la alegr?a de medio centenar de nombres propios, desde los andaluces de larga data, hasta Bob Dylan y dem?s flamencos extranjeros, para desembocar en Fernando Qui?ones, que sigue siendo aqu? como un impresionante juego de amor a las palabras, también latinoamericanas. Dec?a Téllez que, en el sur, “estamos acostumbrados a re?r llorando m?s cerquita”.
Luego vinieron Los llorones, llorando m?s cerquita. Y cuando se acab? el tel?n de tanto usarlo parec?a que la gente hab?a recuperado una risa que a mi me hizo volver al dichoso poema del principio.
As? que me puse a escribir esto, que ustedes me van a perdonar, pero es que me sali? as?, como salen los lagartos por la noche:
-Un congreso es como un lagarto que, a veces, se despereza y entonces, si es tomado por la poes?a, se arregla la cara y se pone feliz o guapa, y entonces le gana la partida a la solemnidad de los académicos.
Eso fue lo que pas?. Aun veo, ahora, al rey recogiendo el caj?n, o golpe?ndolo, echando de menos, por ejemplo, que no hubieran sido Gioconda o Ana Roseti los que le robaran la m?sica o se la dieran.
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/cultura/despierta-lagarto-poesia-cadiz-buleria-85332561)
Esa imagen parec?a la un lagarto sonriente y feliz, un felino pac?fico y abierto que parec?a dispuesto a organizar un viaje a la Roma o la Grecia de donde venimos. Se acab? el discurso de don Felipe y entonces el lagarto se escondi? con la m?sica a otra parte.
Lejos del caj?n y de los académicos, el lagarto volvi? anoche en forma de poes?a. No estaba el rey para aplaudirlo, pero all? hubo un lagarto feliz, yo lo vi entrar y salir del escenario. Una vez que se hab?an acabado los devaneos de los académicos, estos dejaron que entrara en la sala el sonido de los poetas y se acab? lo que se daba.
Todo fue aplauso y alegr?a, el mundo se puso a aplaudir mientras en otra parte de La Bomba, donde pasaron estas cosas, preparaban c?cteles y risas. Como para vengarse de la pandemia, y de las restantes pandemias, y mientras el p?blico se preparaba, con la letra, para la m?sica, C?diz se dej? hacer como una muchacha. O como un muchacho, no se vayan a creer cualquier otra mandanga.
Ah, fue un momento muy potente. El m?s potente, todav?a, de toda esta feria de muestras que es un monumento a la lengua, sin que la lengua, debe constar, lo haya pedido. Lo que le importa a la lengua es desperezarse, ponerse a cavilar sola, como ocurre verdaderamente con la lengua de los poetas. Cuando Gioconda Belli, la nicaragüense que parece de Cartago, o de las antiguas grecias, se puso a recitar su pérdida, pues fue expulsada de su tierra por un cabr?n de siete suelas dictatoriales, el p?blico se puso en pie y ya no la dej? respirar.
Yo lo vi. La vi. Mir? al frente, pareci? decir “estos son los m?os, esta es mi patria, no podr?n quit?rmela”, porque estaba al mando del micr?fono y también de la poes?a. Combinando esta con la prosa, fue diciendo que todo lo que le hab?a robado Ortega el dictador, como se lo ha robado a Sergio Ram?rez, su compatriota, su amigo, que estaba también en el recinto, era suyo, y s?lo le pertenec?a al aire indisociable de una patria que no es de otro, es suya, es suyo el pa?s, como también lo es el pa?s que ahora es, para ellos, Espa?a.
“En Colombia tienen su casa”, le cant? un poeta colombiano, de origen ruso, por lo que escuché, Rolando Kalt?n, que le dedic? a su padre un Goodbye Lenin que puso los pelos de punta, y la vida (“la ?ltima luz de mi infancia”), y fue seguido, casi en silencio, por el argentino Hugo Mujica, veterano ya, que quiso silencio, “pues también el silencio es poes?a”, para decir “escribo y borro”, “amanece y callo”, “callo todo el miedo”, porque “no es que el silencio no hable: lo que no hace es dejar ecos”.
Mar?a Baranda, mexicana que tiene nombre de asomarse, puso a volar los papalotes para que sus hijas se subieran al aire “del lirismo de las ni?as”, para desembocar en ese rojo que a veces es m?s “el para?so”.
La apoteosis local, antes de que vinieran los humoristas carnavaleros de las chirigotas de Los llorones, la trajo, con una naturalidad que estaba entre Carlos Edmundo de Ory y el surrealismo gaditano, la voz, y la belleza, de Ana Roseti. Poeta desde chica, se mostr? feliz entre su gente, “me siento hasta orgullosa”, en medio “de este vendaval de aire puro” que es cada d?a C?diz, hasta cuando la bah?a est? desnuda de fr?o. “Donde no hay poes?a para que haya poes?a”, “amor dicen vendo… viagras y ciertas lencer?as”, “amor, cada vez que lo escribimos o lo hacemos”. Sac? a probar hasta “la cimiente de la mostaza”, la m?s peque?a de las semillas, y brind? por lo m?s grande de lo que se conoce a esta hora de la tarde-noche en Andaluc?a: “Gracias te sean dadas, poes?a, se?ora nuestra”.
El tel?n no ca?a, “desde el amoroso” paréntesis de escarcha, “poes?a para la vida y sus pormenores…, para que no me olvide del poema materno”. El aplauso fue como para que no se fuera, pero ingres? un intrépido guerrillero de la l?rica, Federico D?a Granados, hondure?o de todas las Antillas centroamericanas, que le dedic? a Gioconda y a Sergio, como los otros, la casa contra la hecatombe, les invitaba desde el dolor antiguo de sus pueblos, para saber que, desde la Arcadia, eso dijo, que ocurre “tras la hambruna”, hay tierra firme.
Volvi? al estrado quien lo hab?a abierto, el poeta Juan José Téllez, que llen? el escenario de la alegr?a de medio centenar de nombres propios, desde los andaluces de larga data, hasta Bob Dylan y dem?s flamencos extranjeros, para desembocar en Fernando Qui?ones, que sigue siendo aqu? como un impresionante juego de amor a las palabras, también latinoamericanas. Dec?a Téllez que, en el sur, “estamos acostumbrados a re?r llorando m?s cerquita”.
Luego vinieron Los llorones, llorando m?s cerquita. Y cuando se acab? el tel?n de tanto usarlo parec?a que la gente hab?a recuperado una risa que a mi me hizo volver al dichoso poema del principio.
As? que me puse a escribir esto, que ustedes me van a perdonar, pero es que me sali? as?, como salen los lagartos por la noche:
-Un congreso es como un lagarto que, a veces, se despereza y entonces, si es tomado por la poes?a, se arregla la cara y se pone feliz o guapa, y entonces le gana la partida a la solemnidad de los académicos.
Eso fue lo que pas?. Aun veo, ahora, al rey recogiendo el caj?n, o golpe?ndolo, echando de menos, por ejemplo, que no hubieran sido Gioconda o Ana Roseti los que le robaran la m?sica o se la dieran.
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