الريــم
03-18-2023, 12:14 AM
El pen?ltimo superviviente del periodo m?s fértil de la cultura literaria en espa?ol del siglo XX, Jorge Edwards, muri? a los 92 a?os en Madrid (https://www.sport.es/es/noticias/cultura/muere-jorge-edwards-premio-cervantes-84806961) poco después de decirles a sus ?ltimos visitantes que se iba a dormir una siesta. Fue por la tarde del viernes, pues, una vez que hab?an pasado los ruidos de Madrid y la ciudad en la que pas? sus ?ltimos a?os, y tantos a?os, inauguraba su rato de silencio en la calle N??ez de Balboa, cerca de donde estaban sus librer?as y sus amigos y sus bares.
El escritor que estuvo con él poco antes, el peruano Jorge Eduardo Benavides, lo recuerda en ese instante entre la duermevela y la esperanza, como si en efecto considerara que, a pesar de su edad, iba a seguir atendiendo a quienes lo invitaran a salir, a comer o a tomar copas, como hab?a pasado hasta tiempo reciente. Pero muri?. Muri? Jorge Edwards y se cierra una época que hubiera sido otra, o no hubiera existido, sin su capacidad de memoria.
Una capacidad infinita de memoria, en efecto, se va con él. Quedan, naturalmente, sus libros, muchos de los cuales fueron dedicados a la memoria de otros, de sus parientes, por ejemplo, y de otro muy principal, Pablo Neruda, al que conoci? cuando el recién fallecido era un muchacho y ya el autor de Canto general era m?s que un poeta, era un icono mundial de la l?rica y del compromiso contempor?neo.
M?s informaci?n (Auto)
http://placehold.it/175x100 T?tulo noticia (Auto)
Tuvo la audacia, en el mundo de la memoria, de confrontar en primera persona uno de los acontecimientos m?s promisorios, y m?s triste, de la vida moderna en América Latina, la revoluci?n cubana. Su aspiraci?n a encontrarse all?, donde hab?a ido como encargado de negocios del Gobierno de Salvador Allende, con un mundo verdaderamente nuevo se trunc? en seguida.
La Revoluci?n era un conjunto dis?mil de burocracias y de ?rdenes no realmente revolucionarias, y él describi? ese universo decepcionante en Persona non grata. ?l se calific? as?, cuando lo ingrato, para él, y para el futuro de aquellas esperanzas, era comprobar que la revoluci?n ya ten?a que recordarse (pues fue pronto un recuerdo) en min?scula.
Esa decepci?n de Edwards marc? ese libro, pero desgraciadamente marc?, as? eran las cosas entonces, as? siguen siendo ahora, también la relaci?n del mundo de la literatura del compromiso con el autor de aquellas denuncias que un?an rabia y melancol?a. Ese Persona non grata fue el testimonio vital de un hombre que, sin haber sido v?ctima de la melancol?a, s? fue reo de una pasi?n inesperada: la de tener que rehacerse como escritor, como intelectual, en medio de los avisos de traidor que al fin le resbalaron. Jam?s perdi? el humor, y por supuesto que tampoco la memoria, que acaso fue el factor que lo mantuvo vivo hasta las ?ltimas horas en que sus amigos, esta vez Jorge Eduardo Benavides, lo fueron a ver para que él siguiera contando detalles inéditos del largo tiempo de vida y de amistades.
Pues Edwards fue durante mucho tiempo, salvadas las reticencias mezquinas de las primeras horas de su historia postCuba, el amigo de todo el mundo, como Kim de la India. Era invitado a casas y a trayectos literarios, hizo su vida cerca de Carlos Barral o de Mario Vargas Llosa, de Juan Marsé o de Carmen Balcells, en ning?n caso lo persigui? aquel episodio m?s all? de las mezquindades contempor?neas. Sobre su memoria (es infinita la extraordinaria biograf?a/novela sobre su t?o Joaqu?n Edwards, El in?til de la familia) se edific? el mundo que otros no supieron contar, jam?s Jorge Edwards fue un egocéntrico.
Galer?a ID:
84814130
Al contrario: Edwards estaba hecho, como escritor, para dar testimonio del tiempo pasado sin que el presente le llevara a las melancol?as sucesivas del rencor. Era un conversador tranquilo; sab?a m?s que lo que contaba, y hablaba como si lo estuviera escribiendo. En los ?ltimos meses de su relaci?n m?s cercana al destino que ahora fatalmente se ha cumplido, hablando de él y de los suyos (es decir, de todo el mundo que roz? las fronteras y los territorios del boom) se refer?a a los otros como si los hubiera tocado o encontrado recientemente.
Recuerdo que en la ?ltima entrevista que le hice, sobre el probable envenenamiento de Pablo Neruda, lo contaba todo con tal lujo de detalles, de sospechas, de nombres propios, de barbarie alrededor y también de estupor, que parec?a que ten?a una l?nea directa con el m?s all?, o el m?s ac?, de recuerdos que parec?an reliquias del presente.
A esa conversaci?n me acompa?? Benavides, y coincidi? por casualidad con aquella polémica, aun presente, sobre el envenenamiento del poeta. Habl? con nosotros con fluidez, parec?a renacer no s?lo su memoria, sino el esp?ritu que la habitaba, y al final nos convid? a almorzar a cualquier sitio con tal de seguir hablando, o escuchando hablar, pues él era m?s conversador que otra cosa, aunque la otra cosa, precisamente la literatura, fuera la raz?n verdadera de su prestigio.
*
Otra de esas veces en que conversé con él, junto con su amigo, el profesor asturiano Eduardo San José, estuvo d?ndole hilo a una cometa inédita: su capacidad para estar atento a la vida que segu?a, siendo él parte de la misma, y no un hombre que se desped?a. Ten?a 92 a?os y nos recibi? vestido para ir a almorzar, para seguir hablando con Eduardo sobre los cuentos completos que, una vez sellados y acabados, podr?an ser editados como una novedad y un homenaje al gran cuentista que segu?a siendo.
Antes de esa pen?ltima entrevista, una vez que le fui a ver porque s?, Jorge Edwards me pregunt?: “?Y no me vas a entrevistar?”. En ese rasgo tan solo, adem?s de otros muchos, se escond?a la alegr?a de vivir de un coqueto que s?lo quer?a que estuvieran cerca por lo menos un mill?n de amigos. Los consigui?, a pesar de Cuba y de otras par?bolas de los malos tiempos. Fue adem?s una buena persona, y eso es algo que, pasando lo que ha pasado por debajo de los aguaceros que le depar? la vida, es mucho m?s que un elogio: es la parte m?s notable de una comprobaci?n.
Muri? un hombre bueno que antes que del mundo o de los otros se re?a de s? mismo como si él fuera también, como aquel antepasado suyo, el in?til de la familia, cuando fue quiz? el m?s listo, y el menos vacuo, de sus contempor?neos.
De él me dijo ayer Jorge Eduardo Benavides: “Fue un intelectual de enorme trascendencia y exquisita sensibilidad. Nos dio p?ginas hermosas y sobre todo valientes. Un hombre ?ntegro, l?cido y vital. Hace unos diez a?os, en Ginebra, cuando él acababa de terminar su labor como embajador chileno en Par?s, me confes? su deseo de mudarse a Madrid. ´Quiero vivir all? antes de hacerme viejo`. Ten?a ochenta a?os. Creo que eso pinta de cuerpo entero su inmensa vitalidad, la que mantuvo hasta el ?ltimo momento. Ma?ana nos ?bamos a tomar un aperitivo. Eso me dijo horas antes de morir”. Y me dijo esto Fernando Iwasaki, peruano, amigo suyo, escritor como él: “Fue un Montaigne chileno: un escritor de la memoria, un artista del retrato literario y un cronista excepcional de las ciudades que am?”.
Siempre nos dec?a: “?Cu?ndo vamos a almorzar?” Vivi? para juntarse con otros. Y jam?s vendi? su alegr?a de vivir: la regalaba. *************
أكثر... (https://www.sport.es/es/noticias/cultura/jorge-edwards-montaigne-chileno-84816675)
El escritor que estuvo con él poco antes, el peruano Jorge Eduardo Benavides, lo recuerda en ese instante entre la duermevela y la esperanza, como si en efecto considerara que, a pesar de su edad, iba a seguir atendiendo a quienes lo invitaran a salir, a comer o a tomar copas, como hab?a pasado hasta tiempo reciente. Pero muri?. Muri? Jorge Edwards y se cierra una época que hubiera sido otra, o no hubiera existido, sin su capacidad de memoria.
Una capacidad infinita de memoria, en efecto, se va con él. Quedan, naturalmente, sus libros, muchos de los cuales fueron dedicados a la memoria de otros, de sus parientes, por ejemplo, y de otro muy principal, Pablo Neruda, al que conoci? cuando el recién fallecido era un muchacho y ya el autor de Canto general era m?s que un poeta, era un icono mundial de la l?rica y del compromiso contempor?neo.
M?s informaci?n (Auto)
http://placehold.it/175x100 T?tulo noticia (Auto)
Tuvo la audacia, en el mundo de la memoria, de confrontar en primera persona uno de los acontecimientos m?s promisorios, y m?s triste, de la vida moderna en América Latina, la revoluci?n cubana. Su aspiraci?n a encontrarse all?, donde hab?a ido como encargado de negocios del Gobierno de Salvador Allende, con un mundo verdaderamente nuevo se trunc? en seguida.
La Revoluci?n era un conjunto dis?mil de burocracias y de ?rdenes no realmente revolucionarias, y él describi? ese universo decepcionante en Persona non grata. ?l se calific? as?, cuando lo ingrato, para él, y para el futuro de aquellas esperanzas, era comprobar que la revoluci?n ya ten?a que recordarse (pues fue pronto un recuerdo) en min?scula.
Esa decepci?n de Edwards marc? ese libro, pero desgraciadamente marc?, as? eran las cosas entonces, as? siguen siendo ahora, también la relaci?n del mundo de la literatura del compromiso con el autor de aquellas denuncias que un?an rabia y melancol?a. Ese Persona non grata fue el testimonio vital de un hombre que, sin haber sido v?ctima de la melancol?a, s? fue reo de una pasi?n inesperada: la de tener que rehacerse como escritor, como intelectual, en medio de los avisos de traidor que al fin le resbalaron. Jam?s perdi? el humor, y por supuesto que tampoco la memoria, que acaso fue el factor que lo mantuvo vivo hasta las ?ltimas horas en que sus amigos, esta vez Jorge Eduardo Benavides, lo fueron a ver para que él siguiera contando detalles inéditos del largo tiempo de vida y de amistades.
Pues Edwards fue durante mucho tiempo, salvadas las reticencias mezquinas de las primeras horas de su historia postCuba, el amigo de todo el mundo, como Kim de la India. Era invitado a casas y a trayectos literarios, hizo su vida cerca de Carlos Barral o de Mario Vargas Llosa, de Juan Marsé o de Carmen Balcells, en ning?n caso lo persigui? aquel episodio m?s all? de las mezquindades contempor?neas. Sobre su memoria (es infinita la extraordinaria biograf?a/novela sobre su t?o Joaqu?n Edwards, El in?til de la familia) se edific? el mundo que otros no supieron contar, jam?s Jorge Edwards fue un egocéntrico.
Galer?a ID:
84814130
Al contrario: Edwards estaba hecho, como escritor, para dar testimonio del tiempo pasado sin que el presente le llevara a las melancol?as sucesivas del rencor. Era un conversador tranquilo; sab?a m?s que lo que contaba, y hablaba como si lo estuviera escribiendo. En los ?ltimos meses de su relaci?n m?s cercana al destino que ahora fatalmente se ha cumplido, hablando de él y de los suyos (es decir, de todo el mundo que roz? las fronteras y los territorios del boom) se refer?a a los otros como si los hubiera tocado o encontrado recientemente.
Recuerdo que en la ?ltima entrevista que le hice, sobre el probable envenenamiento de Pablo Neruda, lo contaba todo con tal lujo de detalles, de sospechas, de nombres propios, de barbarie alrededor y también de estupor, que parec?a que ten?a una l?nea directa con el m?s all?, o el m?s ac?, de recuerdos que parec?an reliquias del presente.
A esa conversaci?n me acompa?? Benavides, y coincidi? por casualidad con aquella polémica, aun presente, sobre el envenenamiento del poeta. Habl? con nosotros con fluidez, parec?a renacer no s?lo su memoria, sino el esp?ritu que la habitaba, y al final nos convid? a almorzar a cualquier sitio con tal de seguir hablando, o escuchando hablar, pues él era m?s conversador que otra cosa, aunque la otra cosa, precisamente la literatura, fuera la raz?n verdadera de su prestigio.
*
Otra de esas veces en que conversé con él, junto con su amigo, el profesor asturiano Eduardo San José, estuvo d?ndole hilo a una cometa inédita: su capacidad para estar atento a la vida que segu?a, siendo él parte de la misma, y no un hombre que se desped?a. Ten?a 92 a?os y nos recibi? vestido para ir a almorzar, para seguir hablando con Eduardo sobre los cuentos completos que, una vez sellados y acabados, podr?an ser editados como una novedad y un homenaje al gran cuentista que segu?a siendo.
Antes de esa pen?ltima entrevista, una vez que le fui a ver porque s?, Jorge Edwards me pregunt?: “?Y no me vas a entrevistar?”. En ese rasgo tan solo, adem?s de otros muchos, se escond?a la alegr?a de vivir de un coqueto que s?lo quer?a que estuvieran cerca por lo menos un mill?n de amigos. Los consigui?, a pesar de Cuba y de otras par?bolas de los malos tiempos. Fue adem?s una buena persona, y eso es algo que, pasando lo que ha pasado por debajo de los aguaceros que le depar? la vida, es mucho m?s que un elogio: es la parte m?s notable de una comprobaci?n.
Muri? un hombre bueno que antes que del mundo o de los otros se re?a de s? mismo como si él fuera también, como aquel antepasado suyo, el in?til de la familia, cuando fue quiz? el m?s listo, y el menos vacuo, de sus contempor?neos.
De él me dijo ayer Jorge Eduardo Benavides: “Fue un intelectual de enorme trascendencia y exquisita sensibilidad. Nos dio p?ginas hermosas y sobre todo valientes. Un hombre ?ntegro, l?cido y vital. Hace unos diez a?os, en Ginebra, cuando él acababa de terminar su labor como embajador chileno en Par?s, me confes? su deseo de mudarse a Madrid. ´Quiero vivir all? antes de hacerme viejo`. Ten?a ochenta a?os. Creo que eso pinta de cuerpo entero su inmensa vitalidad, la que mantuvo hasta el ?ltimo momento. Ma?ana nos ?bamos a tomar un aperitivo. Eso me dijo horas antes de morir”. Y me dijo esto Fernando Iwasaki, peruano, amigo suyo, escritor como él: “Fue un Montaigne chileno: un escritor de la memoria, un artista del retrato literario y un cronista excepcional de las ciudades que am?”.
Siempre nos dec?a: “?Cu?ndo vamos a almorzar?” Vivi? para juntarse con otros. Y jam?s vendi? su alegr?a de vivir: la regalaba. *************
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