Los bares han existido desde tiempos inmemoriales y es que no hay nada m?s necesario que desahogarse rodeado de buena compa??a y buen ambiente. Pero en pleno auge del Imperio Espa?ol el buen ambiente en las tabernas era algo raro de encontrar.

Se sabe que la importancia de los bares en Espa?a se remonta a la época romana en la Pen?nsula. Y es que en la Antigua Roma los bares ten?an una funci?n social muy importante. En estos sitios las clases populares hablaban, com?an, beb?an vino y se jugaban su salario a las cartas.

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El historiador Luis Romero afirma en su obra «El libro de las tabernas de Espa?a» (1956) que "las tabernas debieron comenzar en Espa?a en las ciudades m?s romanizadas, que fueron sin duda alguna las m?s civilizadas".

La fama de las tabernas en el Imperio Espa?ol no era muy buena, ya que en estos establecimientos desaparec?an los privilegios y las jerarqu?as sociales, lo que hac?a que hubiera mucho libertinaje. "All? hay idéntica libertad, los vasos son comunes, no hay un triclinio distinto para nadie, ni nadie dispone de una mesa apartada", expone Romero.

Las trampas en el juego, las peleas, la presencia de prostitutas en algunas tabernas y el que se convirtieran en n?cleos de agitaci?n social siempre tuvo, indiferentemente del periodo y el pa?s, hicieron que las autoridades policiales siempre tuvieran que estar alerta por las inmediaciones.

A pesar de que durante la época de los Reyes Cat?licos proliferaron los mesones y las tabernas, prohibieron aquellos sin licencia adem?s de limitar los m?rgenes de ganancia de los mesoneros sobre la venta de paja o cebada para las caballer?as.

Se calcula que a finales del siglo XVII exist?an en Madrid unos 250 mesones abiertos para una poblaci?n estimada de m?s de 130.000 habitantes. Adem?s, las tabernas se divid?an en dos tipos: de "vino barato" o de "vino caro o precioso".

Si el vino estaba muy aguado se dec?a que estaba «bautizado», lo cual supon?a un grave delito, como as? lo reflejaba el libro de acuerdos del Consejo madrile?o firmado en 1481, en cuyas cl?usulas se condena a cien azotes al tabernero que incurriera en esta estafa.*

Rodeados de callejuelas mal iluminadas, entre mesones, manceb?as y garitos, se reun?an matarifes, viejos soldados, gente humilde, valentones, nocheriegos y escritores divinos como Francisco de Quevedo o Lope de Vega, conocidos por su desenfreno tabernario, para beber, discutir de batallas*y escuchar rimas sonrojantes.



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